sábado, 9 de octubre de 2010

El Compromiso Crítico-Social en “La Ciudad y los Perros” de Mario Vargas Llosa.

A propósito de la 6ta Premiación al Nóbel de Literatura para nuestra Latinoamérica...

El Compromiso Crítico-Social en
“La Ciudad y los Perros” de Mario Vargas Llosa.
(Aportes significativos desde una dimensión sociológica, semiótica y psicológica de la producción artística literaria del Vanguardismo Latinoamericano).

La Narrativa Vanguardista Latinoamericana ha trascendido históricamente, precisamente por el tratamiento universal que cada productor del discurso literario imprime a los temas y argumentos que construyen el corpus de esta novedosa tendencia literaria, que obedece al compromiso social que el autor adquiere no sólo con lo que escribe, ni siquiera hacia él mismo, sino hacia la responsabilidad socio-histórica que éste ha adquirido con el contexto al cual se adscribe, en representación de aquellos que aún apuestan por considerar que el arte literario supone una voz idónea y embellecida que denuncia o celebra los sucesos de índole social que afectan el desarrollo ordinario de la existencia del ser humano.

En este sentido, se evidencia una pretensión por parte del autor del texto narrativo, en presentar a los personajes que caracterizan sus piezas artísticas como seres humanos reales que se encuentran sumergidos en una profunda angustia existencial, dimensionados en el plano de la universalidad, por el hecho de constituirse sobre fondos narrativos generalizados e inherentes a la raza humana, la cual se manifiesta abierta y natural, tal y como es, sin ornatos, desnudos pero revestidos de fragilidad.

En consecuencia, la soledad, la muerte, la desesperación, la subyugación, la desesperada necesidad de emancipación y la ruptura de las prescripciones socio-culturales opresoras que se instauran en la época, construyen algunos de los ejes temáticos de la nueva visión socio-crítica y artística que subyace en el contenido informativo abordado por el discurso narrativo. Lo anterior, alude el tratamiento generalizado que se le suministra a la angustia e inconformidad existencial del ser humano contemporáneo ante lo efímero de la vida.

A propósito de ello, celebro el hecho de abordar la obra narrativa “La Ciudad y Los Perros” (1962) de Vargas Llosa, quien se ha erigido como uno de los más influyentes representantes del vanguardismo literario en Latinoamérica y el mundo, dado el tratamiento que suministra a sus piezas (entre ellas “La Ciudad y Los Perros”), sobre la base del Realismo Social como herramienta que conjuga la crítica socio-política, la didáctica y la estética en un solo producto, a fin de ofrecer al lector una visión universal de los problemas que aquejan al mal llamado Tercer Mundo; dejando entrever un mosaico cultural que se atreve a alzar la voz contra la injusticia, la humillación, la subyugación y el condicionamiento social de la conducta humana. A propósito de ello, Lukács señala que:

“…la profunda familiarización de un hombre con su obra… si esta obra de su vida está inmediatamente relacionada con la vida de la sociedad, surge un complejo de que tanto por su esencia como directamente lleva un carácter social […] también en la vida misma esta esencial unidad personal entre el individuo, la obra de su vida y el contenido social de esta obra agudiza la concentración de aquel círculo vital en donde aparece el «individuo histórico-universal»”. (Sociología de la Literatura: 185-186).

Esto deja evidenciar el precitado compromiso social que adquiere el productor del discurso literario, Vargas Llosa, desde el momento en que su pluma traza líneas de denuncia e inconformidad respecto a una situación de desigualdad social, declamada de una forma embellecida y elaborada, capaz de generar un profundo goce estético en quien se aventura a sumergirse en las aguas del arte hecha palabra. Y es que esa responsabilidad social del artista literario trasciende la función estética del mismo y se orienta hacia la configuración de un ser humano universal, que se adhiere a la propuesta filosófica del existencialismo antropológico, proyectando el arte literario hacia una dimensión universalizada del ser humano, socialmente organizado y simbolizado sobre la base del contexto situacional al cual se adscribe, considerando su cultura, sus principios éticos y morales, tal y como postula Lukács: “…la sociedad humana no puede ser representada de ninguna manera en su totalidad, si no se representa también la base que la rodea y el ambiente de los objetos que forma el tema de su actividad”. (Sociología de la Literatura: 174).

Sobre la base de lo anteriormente expuesto, Vargas Llosa honra el carácter universal que estampa en “La Ciudad y Los Perros”, manifestando la cruda e inhumana realidad que padecían los estudiantes novatos del Colegio Militar “Leoncio Prado”, tildados, despectivamente, de “perros”. Y no sólo pone en manifiesto una realidad particular del mundo militar, sino que por medio de este escenario, conocido por él desde la infancia, re-crea simbólicamente, la humillación a la cual se someten naciones enteras víctimas de imperios burgueses e instituciones que restringen los ideales e intereses de los grupos sociales más vulnerables; en atención a que el valor de la verdadera literatura manifiesta de forma objetiva realidades socio-históricas, sobre la base de una visión totalizadora de la misma. Véase la ilustración de lo antes mencionado: “hay que trompearse de vez en cuando para hacerse respetar. Si no, estarás reventado en la vida… aquí eres militar aunque no quieras. Y lo que importa en el ejército es ser bien macho…” (La Ciudad y los Perros: 9).

Por ello, “La Ciudad y Los Perros” va dirigida a un auditorio, a una comunidad de lectores que se identifica con las situaciones que se generan en los contextos universalizados que enmarcan la línea narrativa que se establece en ella. Y es que, curiosamente, un número significativo de artistas literarios han sido partícipes directa o indirectamente de regímenes dictatoriales, gobiernos castrenses y acentuadas desigualdades socio-económicas que han generado en éstos la necesidad de demandar, al menos de forma simbólica, una sociedad más justa, más libre, más humana; desvinculándose de una realidad socio-política condicionada y, más bien, como señala el crítico literario Lukács, re-crear y abordar el texto literario como el descubrimiento y conocimiento de un nuevo mundo.

A propósito de ello, Lucien Goldmann (1977), expresa que el texto literario debe compilar la cosmovisión del colectivo al cual representa el autor, aludiendo a las estructuras socio-políticas y culturales que constituyen dicha organización social, apostando a que el arte literario, más allá de generar goce estético, busca transformar para bien las realidades sociales que desfavorecen las necesidades y exigencias que demanda el contexto social. Asimismo, de conformidad con Ángel Rama, es posible considerar que “La Ciudad y los Perros” muestra los problemas socio-políticos de la Nación Latinoamericana, la cual se afana por ir en búsqueda de su autonomía e identidad, a fin de transformarse potencialmente y erigirse como Estado emancipado.

Retomando de nuevo el compromiso crítico-social de Vargas Llosa en “La Ciudad y los Perros”, Lukács enfatiza en la intrínseca vinculación entre las obras literarias, sus creadores, la sociedad y el momento político e histórico en que éstas se inspiran y producen. Por ello, Vargas Llosa establece una estructura que dimensiona la realidad y el destino de su pueblo, en atención a que: “…todo acto de una persona o de un grupo humano repercute en sus demás destinos; su destino depende en gran medida del curso de la acción que toman bajo las circunstancias históricamente dadas” (Sociología de la Literatura: 183), e intentando conferir a cada ser humano el conocimiento integral de sí mismo, lo que, irreversiblemente, genera una identificación plena entre la realidad del contexto y los ideales nacionalistas que se tengan consentidos.

A continuación se evidencia una relación causa-efecto, donde los cadetes para lograr algún mérito deben esforzarse y luchar por ello, característica de la disciplina militar, aunado al respeto y valoración que se le rinde a los héroes patrios, íconos de emancipación y honor nacional:
"Eso de dormir cerca del prócer epónimo habrá que ganárselo. En adelante, los cadetes de tercero ocuparán las cuadras M fondo. Y luego, con los años se irán acercando a la estatua de Leoncio Prado. Y espero que cuando salgan M colegio se parezcan un poco a él, que peleó por la libertad de un país que ni siquiera era el Perú. En el Ejército, cadetes, hay que respetar los símbolos, qué caray". (La Ciudad y los Perros: 7).

Partiendo de este planteamiento, se sustenta la responsabilidad artística y social del escritor Vargas Llosa, quien se compromete con la sociedad peruana y hasta se adhiere a la dinámica socio-política suscitada para la época en gran parte de Latinoamérica, la cual devela mediante la exaltación de los valores nacionalistas que demanda la dinámica social e interactiva que “…la necesidad de la vida social no sólo se impone por casualidad, sino también por decisiones de los hombres y de los grupos humanos” (Sociología de la Literatura: 182).

En otro orden de ideas, el productor del discurso literario construye su pieza artística, sobre la base de los insumos que le suministra la semiótica, tal y como lo define el lingüista suizo Ferdinand de Saussure “la ciencia de los signos en el seno de la vida social”. De igual forma, se presenta una interesante dinámica entre el signo (factor simbólico del pensamiento, Greimas), un objeto y su interpretante, en alusión al principio Tríadico de Pierce establecido por Espar (2006), quien señala que:

“…un signo es alguna cosa que está en lugar para alguien de alguna cosa bajo alguna relación… se dirige a alguien… un signo más desarrollado… lo llamo interpretante del primer signo. Este signo ocupa el lugar de alguna cosa: de su objeto. Reemplaza por referencia a una especie de idea que he llamado el fundamento del signo…” (pág. 73).
Por consiguiente, Vargas Llosa utiliza en el marco de sus producciones, una serie de signos que, más allá de representar una estructura sintáctica, representada en cadenas enunciativas bien constituidas que construyen las Macroestructuras del discurso narrativo, manifiestan un contenido dotado de significación para quien se apropia de él, en atención al contexto donde el mismo se produce; considerando que la cognición del individuo asume un rol protagónico respecto a la construcción del significado del signo, como representación abstracta de una realidad simbólica protagonizada por los sujetos que participan en el proceso interactivo de decodificación del texto como unidad lingüística compleja que contiene gran cantidad de códigos que no se limitan al tratamiento gramatical, sino que, por el contrario, de conformidad con la función comunicativa que ésta asume, se orienta hacia las dimensiones semántico-pragmáticas propias del discurso narrativo como evento social de comunicación lingüística.

En este sentido, se expone que, Vargas Llosa se afana por re-crear un contexto y caracterizar una serie de personajes que manifiesten, de la manera más fiel, la crítica situación socio-política que se venía gestando para la época en Latinoamérica, y no sólo se limita a construir ideas sueltas, o una sintaxis vacía, sino que, por el contrario, apuesta a contenidos informativas cargados de significación plena, lo que le atribuye el carácter de universalidad a la pieza “La Ciudad y los Perros”, ícono de denuncia social ante las marcadas desigualdades sociales y las restricciones de los ideales de libertad y desarrollo íntegro de la persona en su contexto natural.

Así que, lo más influyente dentro de la construcción simbólica de la cognición social del lector respecto al texto, es el tratamiento que el productor del discurso narrativo le suministra a sus personajes, calificándolos no sólo con nombres de personas reales, como Ricardo Arana o Alberto Fernández, por ilustrar algunos, sino que ofrece una analogía bien interesante, atribuyéndole apodos a sus personajes, que les vinculan con parte de lo que son y representan dentro de la dinámica narrativa que se suscita en la pieza literaria. En consecuencia, me atrevo a hacer mención a que Vargas Llosa devela, entre muchos otros, tres signos que representan, significativamente, la carga ideológica que trae consigo el eje temático de “La Ciudad y los Perros”; a saber:

En primer lugar, los “Perros”, vienen a constituir una especie de seres, cargados de una profunda y rígida responsabilidad ética, moral y social que les impide hacer valer sus principales derechos humanos en una institución militar que, lejos de ofrecer un aporte pedagógico que satisfaga las expectativas académico-profesionales y personales que demandan aquellos jovencitos, restringen, de la manera más humillante y arbitraria los ideales de paz, respeto, igualdad y libertad, propios de la naturaleza humana. Y es que no es mera coincidencia o simple gusto estético que, Vargas Llosa emplee en sus producciones narrativas una serie de estrategias simbólicas, mediante signos que implican una relación significativa e interpretativa del contenido informativo respecto a la intencionalidad comunicativa que subyace en la obra literaria y que, además, (en hora buena) se aproxima al ideario del colectivo social, a fin de generar adhesión a la realidad que, de manera majestuosa, deja entrever.

Seguidamente, el segundo signo que se logra apreciar es “El Esclavo”, un joven que deja de llamársele por su nombre natural y se le atribuye dicho calificativo por la manera sumisa cómo asume la crudeza de la vida militar, presentado pues, como una víctima de las situaciones, universalizando al pueblo subyugado, maltratado, vejado y carente de libertades; condenado a saberse preso desde las arbitrarias órdenes de su padre, también militar, quien lo desprende del seno cálido de su madre y lo arroja a un mundo vacío que, constantemente, se deslegitima a propósito de las acciones que se suscitan en la producción narrativa. Asimismo, “El Esclavo” también es un “perro”, doblemente humillado desde su condición humana. A continuación véase el siguiente fragmento que retrata, fidedignamente, dicha humillación a la raza humana:

“El esclavo estaba solo… cuando dos tenazas cogieron sus brazos y una voz murmuró a su oído: "venga con nosotros, perro". Él sonrió y los siguió dócilmente… se sintió golpeado en la espalda. Cayó al suelo… Trató de levantarse, pero no pudo: un pie se había instalado sobre su estómago… lo contemplaban como a un insecto…. Una voz dijo:
- Para empezar, cante cien veces "soy un perro", con ritmo de corrido mexicano…
- No quiere - dijo la voz- El perro no quiere cantar.
Y entonces los rostros abrieron las bocas y escupieron sobre él, no una, sino muchas veces… (pág. 20).

El tercer signo al que haré alusión y que, por último no es menos importante es, el Jaguar; quien constituye, por así decirlo, la antítesis del “Esclavo”, presentado como un joven de carácter fuerte, ágil y valiente, dado el contexto donde se formó, demostrando constantemente, sus ideales de justicia, libertad y respeto ante la clase dominada, no sólo en el Colegio Militar, sino también en toda Latinoamérica, reunida en el “Círculo”, representación social de resistencia y lucha ante la subyugación, humillación y violencia que, diariamente, protagonizaban. Por ello, el Jaguar simboliza al hombre humilde de status social bajo que reacciona de forma violenta contra la injusticia a la cual se someten los estudiantes del Colegio Militar y, aunque no se perfile como un héroe épico, dotado de poderes sobrenaturales, de conducta moral intachable o de sangre azul, configura una especie de héroe anónimo que lucha por defender lo que ha heredado y le pertenece por naturaleza humana: la dignidad, el honor, la libertad y el respeto a sus derechos humanos.

El siguiente fragmente deja ver, en particular, las acciones lideradas por el Jaguar, como héroe defensor de los ideales de las comunidades más vulnerables:

“… ha llegado el momento de la revancha… no sé cómo salió vivo el Jaguar... tiene más vidas que los gatos. Y después qué manera de disimular, todos son formidables cuando se trata de fregar a los tenientes y a los suboficiales, aquí no pasó nada, todos somos amigos, yo no sé una palabra del asunto, y lo mismo los de quinto, hay que ser justos. Después los hicieron salir a los perros, que andaban aturdidos, y luego a los de quinto. Nos quedamos solos en el salón de actos y comenzamos a cantar "ay, ay, ay". "Creo que le hice tragar los dos ladrillos que tanto lo fregaban", decía el Jaguar. Y todos comenzaron a decir: "los de quinto están furiosos, los hemos dejado en ridículo ante los perros, esta noche asaltarán las cuadras de cuarto". (pág. 26).

Lo anterior, obedece al postulado que establece Todorov (1981) respecto a que: “…para construir un personaje el autor dispone de dos medios nombrados directamente sus cualidades, o bien dejando al cuidado del lector el deducir a partir de sus actos y palabras”. (pág. 71). En este sentido, Vargas Llosa erige al Jaguar como un individuo sagaz, dejando al descubierto sus tantas cualidades por medio de las acciones que desarrolla a favor de la causa justa, lo cual se enmarca en el evento comunicativo que éste protagoniza de forma dialógica entre sus compañeros de aventuras, teniendo que: “lo semiótico se inscribe en una teoría del sujeto del lenguaje como sujeto en proceso, pretendiendo captar en él la modalidad de significancia”. Kristeva (1974:43); considerando pues, que el lenguaje es el vehículo portador de una compleja carga semántica-pragmática que regula la dinámica lingüística.

En consecuencia, tal como apunta Acosta (2004), el discurso es una dinámica abierta de relaciones de contextura simbólica, donde la discursividad de dicho acto de comunicación e intención no se limita a la aplicación de estructuras lingüísticas, sino que más bien se prolonga a toda práctica que desemboque en significación. En consecuencia, Berardi (2004), señala que dicha práctica social se establece mediante una relación dialéctica y bidireccional entre los actores de la comunicación, ajustándola al contexto situacional donde se enmarque la misma y atendiendo a las actividades socialmente organizadas a las cuales se adscriban los actores del evento discursivo.

Por otra parte, todos estos paradigmas ideológicos que se construyen sobre la base de las acciones y actitudes que asumen los protagonistas que caracterizan la pieza narrativa “La Ciudad y los Perros”, tienen por génesis la cognición del individuo, quien se configura como tal, de conformidad con las eventualidades que se le presentan a lo largo de su vida. De ahí, la importancia de abordar el análisis literario desde una perspectiva psicológica de los personajes, de tal manera que esa macrovisión oriente al lector, satisfactoriamente, al descubrimiento y conocimiento de la existencia propia, por medio de la conciencia colectiva que se manifiesta en el arte literario con proyección universal.

Así pues, como plantea Lukács: “La configuración queda reducida a la representación típica de las más importantes y características actitudes de los hombres, reducida a aquello que es indispensable para la estructuración dinámica y activa de la colisión, esto es: reducida a aquellos movimientos sociales, morales y psicológicos de los hombres…” (Sociología de la Literatura pág. 175). Ello reivindica el postulado psicoanalítico de la literatura y logra justificar el hecho que la construcción narrativa se sustenta sobre la base de la edificación del ser humano en su máxima expresión, atendiendo las dimensiones más significativas y trascendentes reguladoras del destino socio-histórico de la conciencia: la sociología, la axiología y la psicología.

Tal y como señala Calles (2009): “la literatura es uno de los lugares que el inconsciente encuentra para manifestarse… para transformarse en espacio de autoconocimiento” (pág. 1), donde el productor del discurso literario pueda llegar a descubrir el consciente e inconsciente colectivo del contexto socio-histórico al cual se adscribe, por medio de los personajes que caracterizan su producción. De conformidad con lo antes mencionado, Patricia Leyack (2006) señala que Freud encontró en la literatura verdades articuladas que elevó a categoría de conceptos centrales, sobre la base del estudio del contenido literario y la personalidad del escritor, la cual se inscribe en sus producciones artísticas, considerando que la literatura es la creación del mundo propio y completo, estableciendo una vinculación entre la realidad (opresora) y la fantasía (generadora de satisfacción) que se ponen de manifiesto en la dinámica interactiva que se suscita entre el texto literario, el autor, los personajes y el lector.

Del mismo modo, Jung (1991) plantea una serie de arquetipos o modelos referenciales que reposan en la psique del individuo, los cuales constituyen un principio organizador de lo que se ve o se hace, dejando en evidencia el arquetipo materno, de mujer cuidadora de infantes y jóvenes que se muestran indefensos y demandan la necesidad de protección. La madre es pues, el ícono de mujer que sufre por amor; de hecho, en “La Ciudad y los Perros”, la madre de Ricardo, “El Esclavo”, representa fielmente el retrato de mujer que sufre por amor a su pequeño indefenso, expuesto a la rigidez de la vida militar:

“Su madre no respondió; lo seguía mirando resentida... No tardó mucho: de pronto se llevó las manos al rostro y poco después lloraba dulcemente. Alberto le acarició los cabellos. La madre le preguntó por qué la hacía sufrir. Él juró que la quería sobre todas las cosas y ella lo llamó cínico, hijo de su padre”. (pág. 41)
“Su madre se aproximó y comenzó a acariciarlo”. (La Ciudad y los Perros pág. 46)
Por otra parte, Jung establece el arquetipo de persona como la imagen pública o la máscara que nos ponemos antes de salir a la calle, a fin de generar una buena impresión ante las prescripciones sociales. De conformidad con lo anterior, Brown y Levinson (1978), se apoyan en la incorporación del concepto de “imagen” como estándar de aprobación que el ser humano demanda por parte de los otros, ya que “nuestros estilos de vida señalan que somos seres sociales necesitados de la compañía y la aprobación del otro… Así construimos una imagen de nosotros mismos que nos lleve a la aceptación y la admiración de los demás…” (Reardon 1991). Esta concepción, proviene de la tradición griega puesto que, Aristóteles, manifestaba que “el prestigio reside en ser considerado respetable por todos…”, lo que hace referencia a la autoimagen, como el derecho de cada individuo socialmente organizado de “tener y reclamar para sí una imagen” (Guervós 2005), como “la construcción social de sí mismo” (Goffman 1959).

Esto se evidencia, a propósito de la muerte que se suscitó en el Colegio Militar por parte del Jaguar contra el “soplón” que los delató por el robo del examen de Química. Dicho acontecimiento no debía ser de conocimiento público, ya que, más allá de ser objeto de un atentado contra la humanidad de un individuo, fue visto como un hecho que desvirtuaría el honor y la credibilidad del cuerpo institucional del Colegio Militar “Leoncio Prado” y, con ello, se desplomaría la imagen de los altos militares, como Garrido, quien pretende manipular una realidad existente, imponiendo sus propios intereses políticos y personales evitando el esclarecimiento de los hechos y el desprestigio de la Institución a la cual representaba.

De igual forma, se pone en relieve que las conductas reprimidas por prescripciones sociales establecidas por convención, reposan en la cognición del individuo y, de un momento a otro, éstas pueden manifestarse abiertamente; de ahí, la relación entre los sueños y los deseos dentro de la creación artística literaria, vista como la herramienta de liberación de los propios afectos, donde el goce depende de una ilusión y la estimulación sexual se genera de forma contaminante (Calles 2009:6). A continuación, véase una ilustración de “La Ciudad y los Perros” y cómo se da un tratamiento abierto a los tabúes sexuales, frustrados socialmente, para la época:

“… El sábado fui donde la Pies Dorados y me dijo que le pagaste para que te hiciera la paja.
-¡Bah! - dijo el Jaguar-. Yo te hubiera hecho el favor gratis.
Hubo algunas risas desganadas, corteses.
-La Pies Dorados y Vallano en la cama debe ser una especie de café con leche - dijo Arróspide.
-Y el poeta encima de los dos, un sándwich de negro, un hotdog -agregó el Jaguar”. (pág. 44).

Finalmente, la comprensión de los contenidos informativos que subyacen en la producción discursiva artística literaria, obedece, entre otras cosas, a la habilidad y competencia comunicativa (Hymes) que el lector del texto literario posea, de tal manera que sea capaz de construir su propia cosmovisión del mundo por medio de las representaciones simbólicas de la realidad expuesta por el escritor, quien debe adherirse al patrimonio socio-histórico al cual pertenece y denunciar o celebrar, según sea el caso, los sucesos que de una u otra forma manipulen y pongan en riesgo la calidad humana del grupo social. Allí radica el compromiso socio-critico del productor del discurso literario, que ha sido resguardado y cumplido fielmente por el peruano Vargas Llosa en su pieza vanguardista “La Ciudad y los Perros”, espejo que retrata las profundas desigualdades sociales que aún hoy día amenazan la libertad de Latinoamérica.

Br. Monasterios, María Andreina
Ponencia Inédita presentada en el marco de la celebración de las IV Jornadas de Investigación Linguisticas y Literarias de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador-Instituto Pedagógico de Barquisimeto "Dr. Luis Beltrán Prieto Figueroa".

Junio de 2010

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