domingo, 17 de octubre de 2010

Julio Garmendia: Institución Cultural vista desde la Dimensión Sociológica Real y Maravillosa del Arte Literario Crepuscular evidenciado en “Manzanita


«La obra literaria de Julio Garmendia demuestra que Venezuela es un país de individualidades creadoras insospechablemente grandes y sospechosamente silenciadas. Trabajos muy menores en narrativa y en poesía han recibido consagración inadecuada por oportunismo político, por excesos publicitarios o por esa madeja del mal gusto y las buenas relaciones con que suele engalanarse la mediocridad. La vida sencilla, el orgullo creador, el querer y el afanarse en pasar siempre inadvertido, dan a la figura de Julio Garmendia un clima de recogido apartamiento, de esquiva lejanía y de vida retirada que hacen de su amistad un tesoro y de su conversación un privilegio disfrutado por muy pocos, contando entre ellos las mariposas, las aves, los gusanitos salvajes y las hormigas marginales.»

Orlando Araujo

El hecho de que Garmendia se reencontrase con su Tierra, significó un redescubrimiento y valoración de aquello que había añorado durante los años de exilio: la cultura, la gente, la naturaleza, lo autóctono de las tradiciones y costumbres, a las cuales le atribuye un valor intrínseco universal que caracteriza la segunda fase de su narrativa, adherida a la realidad venezolana, sobre la base de memorias de su infancia y juventud, entrelazadas con destellos de aquello que bien define como ”real maravilloso”.

Desde muy joven, se le auguraba una excelsa imaginación, revelado en la producción de maravillosas historias que ensalzan la belleza del espíritu de un creador literario capaz de reconocer en los elementos de la naturaleza, en la flora, la fauna y las frutas, la riqueza invaluable de una nación que luego, se convertirá en su cómplice y protagonista de esta vanguardista tendencia literaria, donde la valoración del patrimonio socio-cultural será el núcleo de su narrativa.

Sin embargo, es necesario señalar que toda este repertorio literario, constituido como un legado cultural (ironía, realismo maravilloso, humorismo, ternura, amor y admiración a la naturaleza…), se fue cristalizando progresivamente en la imaginación de Garmendia, sobre la base de la lectura de numerosas obras de la Literatura Universal que de una u otra forma dejaron huellas en la constitución de una Nueva Narrativa Latinoamericana, donde el cuento, más allá de significar una narración sumisa, aislada de todo contexto, constituye una elaboración sellada con la esencia y personalidad del productor, quien se vale de éste para generar una transformación profunda desde la forma y el fondo de las estructuras narrativas ya establecidas.

Indiscutiblemente, la propuesta literaria que promueve Garmendia desde su cuentística, supone una innovación del género fantástico (considerado por ello partícipe del Boom de la Narrativa Latinoamericana), sobre la base del cuento inverosímil, donde se recrean personajes y ambientes irreales que van tejiendo el mosaico del “realismo fantástico”, que más allá de recrear una realidad matizada con rasgos maravillosamente ilusorios, pretende dar al mundo, por medio del arte literario “una mirada extraordinaria de lo ordinario…”.

Lo más genial y auténtico del escenario artístico-literario que protagonizó Garmendia fue la combinación de elementos del realismo mágico y lo real maravilloso, dada la fusión que éste establece de sus personajes respecto al ambiente que les rodea, donde lo real e imaginario confluyen de tal manera que genera en el lector una adhesión a ese mundo maravilloso y una concepción novedosa del cuento, donde lo increíble llega a ser considerado con creíble y, donde lo fantástico, se confabula con la realidad para embellecerla sin necesidad de evadirla.

Por su parte, una constante dentro de las producciones literarias de Garmendia, es la confluencia de ironía y humor, definido por un amigo cercano suyo, César Zumeta, de la siguiente forma:
"Con esta sensibilísima flema tropical nos lleva usted en amable viaje por el tan olvidado, viejo y siempre nuevo país de lo Azul, donde todo nos comprueba la engañosa fantasmagoría de lo real y la generosa realidad de lo ilusorio y fantástico. Es al doblar la última página cuando vuelve uno a sentirse en el cautiverio de Realilandia, en la perpetua Tienda de Muñecos, o de títeres, que es la Vida desde antes de que el primer Adán tuviera andanzas con la primera Eva.”

Por ello, la imaginación y la fantasía de Garmendia le imprimen a su narrativa rasgos de originalidad y expresión fresca sobre la base del realismo fantástico, donde el número de páginas, según él mismo, no suponen un factor de importancia.

A partir de la nueva etapa de la cuentística de Garmendia, establecida desde “La Tuna de Oro” éste incorpora un profundo sentimiento de valoración y reconocimiento hacia su país, como consecuencia del reencuentro que protagoniza, luego de su llegada; la impresión que generó el abrazo de su Venezuela, mediante la naturaleza paradisiaca, le invitó a observar y ensalzar aquella realidad de la cual se había privado por varios años. Por ello, La Tuna de Oro es el indicio del amor a su tierra, a su naturaleza, a su flora, a sus animales, a sus frutos, evidenciado en el cuento “Manzanita”.

Y es que, La Tuna de Oro, pretende compilar magistralmente, la profunda emoción de un recién llegado a su patria, luego de varios años de ausencia, quien, ya maduro, logra establecer analogías entre su país y aquellas urbes europeas que transitó y que le sirvieron de cobijo durante muchos años llenos de nostalgias y recuerdos. Paradójicamente, Garmendia pareciera encarnar un extranjero que visita y se reencuentra con su tierra, su madre tierra, cuya valoración se acentúa dada la cantidad de años desprendido de ella y que, por fin acaricia la oportunidad de hacerla nuevamente suya.

En consecuencia, Manzanita supone un intento bien logrado por establecer un reencuentro creativo, tierno, mágico, soñador, reflexivo y de valoración nacional hacia los elementos socio-culturales que conforman nuestro patrimonio nacional, caracterizados por las frutas tropicales, protagonistas de nuestras mesas, cómplices en nuestras meriendas y, sin dudas, parte de nuestra herencia cultural; donde la mezcla de olores, texturas, sabores y descripciones exactas de la fisionomía de cada fruta, hacen de esta pieza artística literaria, un motivo de apreciación de lo nacional e invitan al lector a reconocer en el arte literario la función social de la misma como ensalzadora del legado socio-cultural de los pueblos, declamadora de sus bondades y bellezas y, en muchos casos, atril para denunciar y criticar situaciones que así lo ameriten.

En esta ocasión, Garmendia utiliza las frutas del trópico, en el marco de sus aromas, texturas y sabores, para simbolizar y manifestar mediante cada diálogo que desarrollan estos simpáticos e inverosímiles personajes, en un lugar cotidiano y realizable, la frutería, toda una conceptualización reflexiva de la importancia de la valoración y el reconocimiento de los bienes nacionales sobre los extranjeros; es esa ideología distintiva de un buen ciudadano que apuesta y se enorgullece de su identidad nacionalista, proyectándola a dimensiones universales por concebirla como elemento de satisfacción y gratitud hacia el Creador, quien nos ha hecho merecedores y dignos herederos de esta hermosa tierra: Venezuela.

Nosotros, humildes lectores y valoradores de la Narrativa, ya no diríamos Latinoamericana, sería mezquino hacerlo, más bien deberíamos decir Universal, somos también dignos herederos no sólo de la gracia de ser venezolanos, honrados con toda la hermosa geografía que conforma nuestra Madre Tierra, sino también, como larenses, somos dignos herederos del legado socio-cultural que se nos encomendó, indirectamente, de las excelsas manos de Don Julio Garmendia, ícono vigente Latinoamericano con proyecciones universales.

Manzanita, nos hace invita a la reflexión y reitera el humilde reconocimiento de nuestra condición humana y de la muerte como parte inherente a la vida… Al final de la narración, la Manzanita Criolla declama con voz profunda: “Después de todo son frutas como yo (las Manzanas del Norte), hijas de la tierra y el sol, buscadas por los niños y los pájaros… ¡Perecederas frutas como yo!”. Y es que por encima de las clases sociales a las cuales nos adscribamos, sin importar la raza a la que se pertenezca, dejando a un lado el credo que profesemos, los prejuicios, la ideología política, el país de donde seamos originarios, ¿qué más da ser capitalista o socialista?, del norte o del sur… Sin importar, incluso, la profesión u ocupación, todos somos seres humanos, obras maestras forjadas por un humilde y gran alfarero, Dios, proviniendo entonces de un mismo Padre, de una misma Tierra, de una misma ilusión creadora.

En consecuencia, debemos considerar y empezar a reconocer desde las trivialidades de la vida que, aunque parezca utópico, somos iguales; y aunque parezca un sueño, el reconocimiento y aceptación de esta verdad, es el primer paso para la transformación profunda de la realidad y, así, lo que parece un sueño literario que un día se atrevieron a escribir, se convierta en un canto a la verdad, tal y como enfatiza el pensamiento de Luther King: “Libre al fin, libre al fin. Gracias Dios Omnipotente, somos libres al fin”. Libres de las cadenas de las desigualdades y de la negación de los bienes nacionales.

Así pues, como se mencionó en líneas preliminares, la literatura es un hecho social, donde se conjugan procesos de creación y belleza en el marco de la dinámica socio-cultural donde se adscribe el texto literario, considerando la aseveración de Goldmann, quien establece que “la literatura refleja una visión del mundo, con una producción histórica y una materialización social”.

En este sentido, analizar y comprender la obra artística literaria al margen del contexto socio-cultural en el cual fue concebida, sería un intento absurdo y desvinculado de todo propósito comunicacional, ya que, ciertamente, toda pieza literaria como variedad discursiva posee una intencionalidad comunicativa que atiende a las competencias comunicativas del orador, en este caso, del productor del discurso literario, de conformidad con las necesidades comunicativas y sociales que demandan los interlocutores y el mismo productor de dicho evento comunicativo, cuyo contenido significativo subyace en el mensaje implícito y se configura sobre la base de un contexto situacional que da relieve a los aspectos inherentes al eje temático abordado.

Es por ello que, desarrollar un análisis sociológico, supone un desmembramiento del todo en sus partes, en este caso, el objeto de estudio es el discurso literario del cuento Manzanita, donde más allá de considerar tópicos relacionados con la sintaxis y morfología como componentes lingüísticos de la forma, se pretende abordar un estudio analítico de la dimensión sociológica que enmarca la pieza narrativa; donde la comprensión sociológica de la actividad discursiva del texto literario implica la búsqueda de la significación de las cadenas enunciativas, siendo necesario ir más allá de lo que las palabras quieren dar a conocer, conduciéndonos hacia una bidireccionalidad que establece la confluencia de la intencionalidad y la finalidad comunicativa de la narración, claves para la aprehensión del contenido profundo que reposa en torno a la producción del discurso literario.

De esta manera, la comprensión analítica del discurso literario se logra satisfactoriamente en la medida en que el productor del discurso y los interlocutores (lectores) ejecuten una serie de estrategias discursivas, lingüísticas, cognitivas y socio-culturales, a la luz de las Competencias Comunicativas, promoviendo la participación eficaz de los actores en la dinámica comunicacional; atendiendo al postulado de Hymes, quien sostiene que la utilización de la lengua, como sistema de códigos lingüísticos en eventos comunicativos, se fundamenta en la praxis social, regulada por las prescripciones convencionales que establece el contexto social, de conformidad con las exigencias y necesidades que demandan los usuarios de la lengua.

En otro orden de ideas, la dimensión interpretativa suministra la comprensión de los aspectos socio-históricos y culturales que configuran la producción discursiva literaria, como práctica social que implica una relación dialéctica sobre la base del postulado de Bajtín, donde es necesario considerar la situación, los participantes, los instrumentos y las finalidades (SPEAKING-Hymes) como elementos esenciales para la aprehensión del mensaje subyacente en las cadenas enunciativas, las cuales involucran hechos socio-lingüísticos contextualizados, sin desatender el tiempo y el espacio donde se enmarca la producción discursiva ni los sujetos que participan en la acción comunicativa, obedeciendo a la conceptualización sociológica del discurso literario como práctica comunicativa contextualizada.

Definitivamente, la dimensión sociológica de la obra literaria, establece una clara visión de la literatura como realidad social, puesto que vincula la obra con su productor, la sociedad, la disposición política que la promueve y el momento histórico en que ésta se produce. György Lukács, asegura que el escritor debe estructurar literariamente la realidad y los destinos del pueblo, desde la cosmovisión del mismo pueblo, atendiendo a sus rasgos característicos y considerando la importancia del mismo autor, desde su realidad, desde sus orígenes y en el marco de su contexto socio-cultural, elementos constitutivos de un arte literario legítimo.

Ciertamente, el escritor está comprometido con la realidad social que protagoniza, remitiéndose a los vínculos que proporciona la cultura en la cual se fundamenta. Así pues, críticos literarios de la talla de Lukács, Goldmann y Bajtín, coinciden en que la literatura origina una apreciación crítica y metódica sobre las concepciones del mundo cultural, donde es imperiosamente necesario considerar en el enfoque sociológico de la obra literaria, aspectos axiológicos y éticos afines con una cultura dada; promoviendo, entonces, una relación intrínseca entre literatura-cultura-sociedad, donde confluyen y accionan seres humanos en torno al mundo que crean y recrean, siendo capaces de transformar, sustancialmente, las formas de visión del ser humano en la medida en que el arte literario se lo proponga.

Por ello, Lukács (1989) establece una teoría estética literaria a la luz de la dialéctica y las contradicciones sociales que se suscitan en el contexto. Sus teorías estéticas, fundamentalmente sobre literatura, se basan en un concepto dialéctico del arte relacionado estrechamente con las contradicciones de la sociedad, propiciando una interpretación crítica del Mundo y de la Vida, por medio del arte literario.

Ahora bien, Manzanita es una manifestación del sentimiento nacionalista que profesa el hijo ausente de su madre tierra, quien al reencontrarse con ésta luego de varios años de exilio voluntario, reconoce por medio del arte literario y su narrativa, la grandeza de la cual, por sólo ser nativo de esa bondadosa patria, es heredero… La valoración de lo nacional se antepone a la estimación vana de elementos acartonados del Primer Mundo o del Norte de nuestra amada América, cuyos brazos se extienden de Norte a Sur para acobijar a cada uno de sus hijos predilectos, sin desestimarlos por su lugar de origen.

Y es que, como se señaló anteriormente, ¿De qué vale ser del Norte o del Sur cuando, al final de cuentas, todos somos iguales? Favorecidos por la condición humana y cuyo destino se escribe en la medida en que se es capaz de reconocer la esencia de cada quien y, sobre la base de ésta, se procede a valorarla, amarla y aceptarla como tal; ya que, en la olimpiada de la vida, se gana aprendiendo a vivir y aprendiendo a reconocer y valorar nuestro patrimonio socio-cultural, como legado de nuestros antepasados y, en consecuencia, ícono de identidad nacional.

En este sentido, la Narrativa de Garmendia, representa una institución socio-literaria, que intenta dar explicaciones a los fenómenos que se suscitan en la realidad y que involucran a seres humanos, socialmente organizados, justificadas por medio de elementos fantásticos que, sobre la base de una realidad palpable y difícil de ser evadida, se muestra al lector como una visión crítica, humorística y, en ocasiones, satírica de las vivencias de un colectivo en particular.

Del mismo modo, es necesario señalar que, esa interpretación del mundo que suministra el arte literario, se sustenta en la cosmovisión que subyace en la conciencia creadora del productor del discurso literario, quien por medio de los actos comunicativos, aborda los hechos sociales de una manera diferente a como, por ejemplo, un periódico pudiera hacerlo, considerando que las significaciones implicadas en la función social de la obra literaria serán susceptibles de transformación en la medida en que los actores que intervienen en el acto comunicativo se adhieran al contenido propuesto.

En consecuencia, podría asegurarse que la producción literaria de Garmendia, constituye una fundamentación que promueve la creación de otros textos literarios, gracias a la didáctica manifestada en ella, favoreciendo la producción de otros textos que complementen, develen e interpreten el mensaje subyacente que Garmendia trazó hace ya varias décadas. Así pues, el principio de intertextualidad de Genette se acentúa y se orienta hacia la consolidación de la manifestación de las tradiciones socio-culturales de una determinada nación.

Ahora bien, el relato Manzanita, narra la triste y penosa historia de una Manzanita Criolla (se logra evidenciar la recreación de personajes inverosímiles) que, dada su condición de nativa de esta tierra, se siente subestimada, depreciada y carente de autoestima por la “gloriosa” llegada de unas bellas, dulces, provocativas, sabrosas, frescas y coloradas manzanas del Norte (extranjeras), cuyo pecado sólo fue persuadir a los consumidores de aquel mercado de frutas con sus irresistibles atributos.

No es casualidad que Garmendia atribuya el origen del Norte a las deliciosas manzanas invasoras; ello obedece a una realidad social existente desde hace varias décadas y que hoy día, adquiere mayor vigencia. Sin lugar a dudas, la literatura responde a la realidad y al contexto donde ésta se adscribe y, de conformidad con la cosmovisión del escritor y la conciencia ideológica que éste profese. Así, la crítica social, aunada al ingenio maravilloso con que es mostrada, dan forma a la narración y le confieren gran estilo y calidad, dignas de exportación, al igual que las Manzanas del Norte y, ¿Por qué no? que la Manzanita Criolla.

Tal parece que nosotros mismos, los hijos de esta tierra, los compradores de Manzanitas Criollas, fuéramos quienes hundiéramos más dolorosamente el desprecio y la indiferencia hacia lo nuestro; codiciando, afanosamente, “tesoros” ajenos y extranjeros que en nada se comparan con la magnanimidad y calidad de lo nacional. Y ello no obedece a un problemita de forma, algo pasajero, sin importancia; no, por el contrario, esta situación es una constante en la dinámica socio-cultural, económica y comercializadora que día a día establecemos, ya casi no de forma bidireccional, sino más bien unidireccional, donde nosotros, compradores consumistas, nos abocamos desesperadamente al exterior, sin reconocer que en esta tierra llena de gracias abundan riquezas que se nos confieren por herencia, por ser hijos privilegiados de esta Maternal Tierra Venezolana.

Ciertamente, sin intención de generar diatribas políticas, el Estado ha intentado diseñar y ejecutar propuestas estratégicas que favorezcan y promuevan la producción interna, un interesante modelo socio-productivo de Desarrollo Endógeno que satisfaga las grandes necesidades y exigencias que demandan las nuevas generaciones. No obstante, esta ambición no se ha ocupado de ir más allá de una simple cuestión de productos y servicios, cuando, quizás, el mayor desprecio que hacemos no es tanto a nuestros productos y servicios (¿Qué son buenos, deficientes, costosos, sin garantía….? Tocará discutirlo posteriormente), sino mas bien a nuestro legado cultural, a algunas de nuestras costumbres y tradiciones que han sido desplazadas arbitrariamente por algún sentimiento de vergüenza y, en su lugar, hemos plagiado identidades, modas, formas de vida y tradiciones que en nada se parecen a las nuestras, opacando nuestro sentir venezolano y mitigando nuestra identidad nacional.

Entonces, nos estamos convirtiendo en aquella viejecita que miraba con codicia a las Manzanas del Norte pero que, resignada, se volvió a las manzanitas criollas, suspiró y dijo: “Medio kilo de manzanitas criollas, marchante; ¡Que no sean demasiado agrias, ni demasiado duras, ni demasiado fruncidas!”.

Se nos va la vida poniendo pretextos y más pretextos que traten, al menos un poco, de justificar nuestros desaciertos respecto a la valoración de nuestras riquezas; y es que si tú o yo negamos la existencia y, en consecuencia, no apreciamos nuestro patrimonio, bien sea cultural, social, étnico, lingüístico, literario, entre otros, estamos negándonos a nosotros mismos. Y no hay más letal desenlace que ese; extinguir todo un legado de tradiciones pertenecientes a un pueblo que todavía no reconoce cuán importante y significativo es, para la configuración y consolidación de su identidad nacional, valorar aquello que lo configura como venezolano.

Manzanita murmuraba tristemente: “A mí me traen en sacos, en burro, y después me echan en un rincón en el suelo pelado…” Metafóricamente, así somos con lo nuestro que, en ocasiones, se desprecia por venir del campo, cuna y cobijo de la naturaleza que cultiva el sustento diario en nuestras mesas.

Recrear personajes inverosímiles, por medio de las frutas del trópico, no significó mayor obstáculo para Garmendia al momento de caracterizar en cada una de ellas a nosotros mismos, dejando ver nuestra humanidad desde la aparente dureza del Señor Coco, hasta la Maternal y encopetada Señora Piña; todo ello nos muestra una exacta radiografía de lo que somos y cómo accionamos al momento de asumir una dificultad, más aún cuando la dificultad no es nuestra y nos corresponde hacer gala del espíritu solidario que ha distinguido a los buenos venezolanos.

La indiferencia, en ocasiones, salta a la palestra de la vida hiriendo a todo aquel que se consiga; el Señor Mamey es clara ilustración de ello, sin importar la condición de su homóloga, la manzanita, fruta como él pero de otra especie, ¿raza, color, textura, sabor, ideología, status, podríamos decir? quien protagonizaba una vergonzosa situación, sólo recibió indolencia de parte del Mamey, quien intentaba justificar su posición insensible exclamando: “A mí no me importa lo que le pase a Manzanita. Al fin y al cabo, esas son cosas de ella, un pleito entre Manzanas. No hay que ocuparse más de esa llorona. ¡Mocosa!”.

Sin embargo, de inmediato interviene, diríamos que la antítesis de Don Mamey, el aparente duro y áspero Señor Coco, quien sabiamente le aconseja a su interlocutor (Mamey): “Yo creo que si tenemos que ayudarla. Oiga usted amigo, no sabemos lo que pueda suceder mañana; ¿qué sé yo?, ¿qué sabe usted? Un día de estos pueden comenzar a llegar también Cocos del Norte, Lechosas del norte, Aguacates del Norte, Guanábanas del Norte, Mamones, Mangos, Tunas, Guayabas, Nísperos, Parchas, Mameyes del Norte! Sí, señor, óigalo bien señor Mamey: ¡Mameyes del Norte! ¿Y qué será entonces de nosotros? ¿De usted y de mí? ¿De nosotros todos?... ¡Nos quedaremos chiquitos, frunciditos, encogiditos y apartaditos, como le pasa hoy a Manzanita!”.

Lo precitado, permite evidenciar con claridad la esencia de solidaridad y de responsabilidad social que caracteriza a cada venezolano desde el contexto donde éste se desenvuelva. Asimismo, Garmendia utiliza a unos jovencitos escolares para hacer ver, entre otras cosas, la facilidad de alienación que implica la formación de un muchacho de edad adolescente. En la inocente compra de Manzanas del Norte, se deja entrever una apariencia atrayente, bonita, cautivadora, mágica, muy semejante a la utilizada por el discurso publicitario para intentar, satisfactoriamente, persuadir a los consumidores, a fin de que adquieran el producto sólo por satisfacer un deseo.

En efecto, el enamoramiento por lo otro, por la Manzana del Norte, por los jeans del norte, por la canción del norte, el juego del norte (sin intención atrevida e inapropiada de desvalorar y generar debates respecto a los modos de producción capitalista y el consumismo desenfrenado), se acciona, persuasivamente, a fin de arrebatar la identidad nacional, que muchos años costó moldear, a ese joven estudiante quien no tiene la culpa de sentir mayor afinidad por lo de “allá” que por lo nuestro, cuando nosotros, padres y madres, vivimos consumiendo y enalteciendo otras culturas y tradiciones que no nos pertenecen y que no obligan, gustosamente, a llevar una máscara que nos desvincula de nuestras realidades, proyecciones e intereses nacionales. He allí la verdadera negación del rostro.

Seguidamente, la muerte temporal de Manzanita, como aspecto inherente a la vida, se nos muestra como un estado de reflexión que fomenta la introspección, la evocación de su esencia y el reconocimiento y apreciación de su condición, independientemente del origen y la estadía de las Manzanas del Norte, cuya existencia culmina en el mismo lugar donde comienza, de igual forma, la vida de la Manzanita Criolla, como reza el refranero popular: “harinas del mismo costal…”; herederas de la misma condición.

Por eso, Manzanita se establece como una pequeña historia de vida para los nuevos ciudadanos del futuro; es una historia fantástica que nos muestra la realidad desde otra perspectiva, la cual nos invita a la reflexión y a fijar una posición crítica ante las situaciones que se suscitan a nuestro alrededor y atentan contra nuestra herencia cultural y, en consecuencia, contra el bienestar social de la nación. Manzanita es pues, la valoración de la naturaleza, de la vida y del ser humano desde su condición, recreada en frutas que desvelan contenidos sociales e ideológicos que reposan en la conciencia humana e imaginario social del colectivo.

He ahí la misión de padres, madres, docentes y amantes del arte hecha palabra por medio de la didáctica de la literatura: promover desde el hogar, institución de formación por excelencia y, luego, en la escuela, oasis de aprendizajes significativos, una educación que estime el patrimonio nacional, con proyección universal, fomentando un profundo sentimiento nacionalista que suscite en los nuevos y nuevas ciudadanas luces de saberes, capaces de difundir las riquezas que les han sido heredadas y encomendadas para transmitirlas de generación en generación, dando continuidad a nuestra identidad nacional, sobre la base del justo reconocimiento y el sentido de pertenencia.

Finalmente, Don Julio Garmendia es y seguirá siendo una digna Institución de nuestra Literatura Venezolana; icono de excelencia, didáctica y promotor de vanguardistas formas literarias que lo catapultaron como uno de los escritores pertenecientes al Boom Latinoamericana con proyección universal. Sus cuentos, mezclas de fantasía y realidad nos muestran la esencia de la condición humana, la caminata de la vida y la importancia de reconocer desde nuestra humildad y lo que somos, la grandeza de ser “Hijos Herederos” de esta mágica tierra llena de gracias: Venezuela.

Monasterios, María Andreina UPEL-IPB

sábado, 9 de octubre de 2010

El Compromiso Crítico-Social en “La Ciudad y los Perros” de Mario Vargas Llosa.

A propósito de la 6ta Premiación al Nóbel de Literatura para nuestra Latinoamérica...

El Compromiso Crítico-Social en
“La Ciudad y los Perros” de Mario Vargas Llosa.
(Aportes significativos desde una dimensión sociológica, semiótica y psicológica de la producción artística literaria del Vanguardismo Latinoamericano).

La Narrativa Vanguardista Latinoamericana ha trascendido históricamente, precisamente por el tratamiento universal que cada productor del discurso literario imprime a los temas y argumentos que construyen el corpus de esta novedosa tendencia literaria, que obedece al compromiso social que el autor adquiere no sólo con lo que escribe, ni siquiera hacia él mismo, sino hacia la responsabilidad socio-histórica que éste ha adquirido con el contexto al cual se adscribe, en representación de aquellos que aún apuestan por considerar que el arte literario supone una voz idónea y embellecida que denuncia o celebra los sucesos de índole social que afectan el desarrollo ordinario de la existencia del ser humano.

En este sentido, se evidencia una pretensión por parte del autor del texto narrativo, en presentar a los personajes que caracterizan sus piezas artísticas como seres humanos reales que se encuentran sumergidos en una profunda angustia existencial, dimensionados en el plano de la universalidad, por el hecho de constituirse sobre fondos narrativos generalizados e inherentes a la raza humana, la cual se manifiesta abierta y natural, tal y como es, sin ornatos, desnudos pero revestidos de fragilidad.

En consecuencia, la soledad, la muerte, la desesperación, la subyugación, la desesperada necesidad de emancipación y la ruptura de las prescripciones socio-culturales opresoras que se instauran en la época, construyen algunos de los ejes temáticos de la nueva visión socio-crítica y artística que subyace en el contenido informativo abordado por el discurso narrativo. Lo anterior, alude el tratamiento generalizado que se le suministra a la angustia e inconformidad existencial del ser humano contemporáneo ante lo efímero de la vida.

A propósito de ello, celebro el hecho de abordar la obra narrativa “La Ciudad y Los Perros” (1962) de Vargas Llosa, quien se ha erigido como uno de los más influyentes representantes del vanguardismo literario en Latinoamérica y el mundo, dado el tratamiento que suministra a sus piezas (entre ellas “La Ciudad y Los Perros”), sobre la base del Realismo Social como herramienta que conjuga la crítica socio-política, la didáctica y la estética en un solo producto, a fin de ofrecer al lector una visión universal de los problemas que aquejan al mal llamado Tercer Mundo; dejando entrever un mosaico cultural que se atreve a alzar la voz contra la injusticia, la humillación, la subyugación y el condicionamiento social de la conducta humana. A propósito de ello, Lukács señala que:

“…la profunda familiarización de un hombre con su obra… si esta obra de su vida está inmediatamente relacionada con la vida de la sociedad, surge un complejo de que tanto por su esencia como directamente lleva un carácter social […] también en la vida misma esta esencial unidad personal entre el individuo, la obra de su vida y el contenido social de esta obra agudiza la concentración de aquel círculo vital en donde aparece el «individuo histórico-universal»”. (Sociología de la Literatura: 185-186).

Esto deja evidenciar el precitado compromiso social que adquiere el productor del discurso literario, Vargas Llosa, desde el momento en que su pluma traza líneas de denuncia e inconformidad respecto a una situación de desigualdad social, declamada de una forma embellecida y elaborada, capaz de generar un profundo goce estético en quien se aventura a sumergirse en las aguas del arte hecha palabra. Y es que esa responsabilidad social del artista literario trasciende la función estética del mismo y se orienta hacia la configuración de un ser humano universal, que se adhiere a la propuesta filosófica del existencialismo antropológico, proyectando el arte literario hacia una dimensión universalizada del ser humano, socialmente organizado y simbolizado sobre la base del contexto situacional al cual se adscribe, considerando su cultura, sus principios éticos y morales, tal y como postula Lukács: “…la sociedad humana no puede ser representada de ninguna manera en su totalidad, si no se representa también la base que la rodea y el ambiente de los objetos que forma el tema de su actividad”. (Sociología de la Literatura: 174).

Sobre la base de lo anteriormente expuesto, Vargas Llosa honra el carácter universal que estampa en “La Ciudad y Los Perros”, manifestando la cruda e inhumana realidad que padecían los estudiantes novatos del Colegio Militar “Leoncio Prado”, tildados, despectivamente, de “perros”. Y no sólo pone en manifiesto una realidad particular del mundo militar, sino que por medio de este escenario, conocido por él desde la infancia, re-crea simbólicamente, la humillación a la cual se someten naciones enteras víctimas de imperios burgueses e instituciones que restringen los ideales e intereses de los grupos sociales más vulnerables; en atención a que el valor de la verdadera literatura manifiesta de forma objetiva realidades socio-históricas, sobre la base de una visión totalizadora de la misma. Véase la ilustración de lo antes mencionado: “hay que trompearse de vez en cuando para hacerse respetar. Si no, estarás reventado en la vida… aquí eres militar aunque no quieras. Y lo que importa en el ejército es ser bien macho…” (La Ciudad y los Perros: 9).

Por ello, “La Ciudad y Los Perros” va dirigida a un auditorio, a una comunidad de lectores que se identifica con las situaciones que se generan en los contextos universalizados que enmarcan la línea narrativa que se establece en ella. Y es que, curiosamente, un número significativo de artistas literarios han sido partícipes directa o indirectamente de regímenes dictatoriales, gobiernos castrenses y acentuadas desigualdades socio-económicas que han generado en éstos la necesidad de demandar, al menos de forma simbólica, una sociedad más justa, más libre, más humana; desvinculándose de una realidad socio-política condicionada y, más bien, como señala el crítico literario Lukács, re-crear y abordar el texto literario como el descubrimiento y conocimiento de un nuevo mundo.

A propósito de ello, Lucien Goldmann (1977), expresa que el texto literario debe compilar la cosmovisión del colectivo al cual representa el autor, aludiendo a las estructuras socio-políticas y culturales que constituyen dicha organización social, apostando a que el arte literario, más allá de generar goce estético, busca transformar para bien las realidades sociales que desfavorecen las necesidades y exigencias que demanda el contexto social. Asimismo, de conformidad con Ángel Rama, es posible considerar que “La Ciudad y los Perros” muestra los problemas socio-políticos de la Nación Latinoamericana, la cual se afana por ir en búsqueda de su autonomía e identidad, a fin de transformarse potencialmente y erigirse como Estado emancipado.

Retomando de nuevo el compromiso crítico-social de Vargas Llosa en “La Ciudad y los Perros”, Lukács enfatiza en la intrínseca vinculación entre las obras literarias, sus creadores, la sociedad y el momento político e histórico en que éstas se inspiran y producen. Por ello, Vargas Llosa establece una estructura que dimensiona la realidad y el destino de su pueblo, en atención a que: “…todo acto de una persona o de un grupo humano repercute en sus demás destinos; su destino depende en gran medida del curso de la acción que toman bajo las circunstancias históricamente dadas” (Sociología de la Literatura: 183), e intentando conferir a cada ser humano el conocimiento integral de sí mismo, lo que, irreversiblemente, genera una identificación plena entre la realidad del contexto y los ideales nacionalistas que se tengan consentidos.

A continuación se evidencia una relación causa-efecto, donde los cadetes para lograr algún mérito deben esforzarse y luchar por ello, característica de la disciplina militar, aunado al respeto y valoración que se le rinde a los héroes patrios, íconos de emancipación y honor nacional:
"Eso de dormir cerca del prócer epónimo habrá que ganárselo. En adelante, los cadetes de tercero ocuparán las cuadras M fondo. Y luego, con los años se irán acercando a la estatua de Leoncio Prado. Y espero que cuando salgan M colegio se parezcan un poco a él, que peleó por la libertad de un país que ni siquiera era el Perú. En el Ejército, cadetes, hay que respetar los símbolos, qué caray". (La Ciudad y los Perros: 7).

Partiendo de este planteamiento, se sustenta la responsabilidad artística y social del escritor Vargas Llosa, quien se compromete con la sociedad peruana y hasta se adhiere a la dinámica socio-política suscitada para la época en gran parte de Latinoamérica, la cual devela mediante la exaltación de los valores nacionalistas que demanda la dinámica social e interactiva que “…la necesidad de la vida social no sólo se impone por casualidad, sino también por decisiones de los hombres y de los grupos humanos” (Sociología de la Literatura: 182).

En otro orden de ideas, el productor del discurso literario construye su pieza artística, sobre la base de los insumos que le suministra la semiótica, tal y como lo define el lingüista suizo Ferdinand de Saussure “la ciencia de los signos en el seno de la vida social”. De igual forma, se presenta una interesante dinámica entre el signo (factor simbólico del pensamiento, Greimas), un objeto y su interpretante, en alusión al principio Tríadico de Pierce establecido por Espar (2006), quien señala que:

“…un signo es alguna cosa que está en lugar para alguien de alguna cosa bajo alguna relación… se dirige a alguien… un signo más desarrollado… lo llamo interpretante del primer signo. Este signo ocupa el lugar de alguna cosa: de su objeto. Reemplaza por referencia a una especie de idea que he llamado el fundamento del signo…” (pág. 73).
Por consiguiente, Vargas Llosa utiliza en el marco de sus producciones, una serie de signos que, más allá de representar una estructura sintáctica, representada en cadenas enunciativas bien constituidas que construyen las Macroestructuras del discurso narrativo, manifiestan un contenido dotado de significación para quien se apropia de él, en atención al contexto donde el mismo se produce; considerando que la cognición del individuo asume un rol protagónico respecto a la construcción del significado del signo, como representación abstracta de una realidad simbólica protagonizada por los sujetos que participan en el proceso interactivo de decodificación del texto como unidad lingüística compleja que contiene gran cantidad de códigos que no se limitan al tratamiento gramatical, sino que, por el contrario, de conformidad con la función comunicativa que ésta asume, se orienta hacia las dimensiones semántico-pragmáticas propias del discurso narrativo como evento social de comunicación lingüística.

En este sentido, se expone que, Vargas Llosa se afana por re-crear un contexto y caracterizar una serie de personajes que manifiesten, de la manera más fiel, la crítica situación socio-política que se venía gestando para la época en Latinoamérica, y no sólo se limita a construir ideas sueltas, o una sintaxis vacía, sino que, por el contrario, apuesta a contenidos informativas cargados de significación plena, lo que le atribuye el carácter de universalidad a la pieza “La Ciudad y los Perros”, ícono de denuncia social ante las marcadas desigualdades sociales y las restricciones de los ideales de libertad y desarrollo íntegro de la persona en su contexto natural.

Así que, lo más influyente dentro de la construcción simbólica de la cognición social del lector respecto al texto, es el tratamiento que el productor del discurso narrativo le suministra a sus personajes, calificándolos no sólo con nombres de personas reales, como Ricardo Arana o Alberto Fernández, por ilustrar algunos, sino que ofrece una analogía bien interesante, atribuyéndole apodos a sus personajes, que les vinculan con parte de lo que son y representan dentro de la dinámica narrativa que se suscita en la pieza literaria. En consecuencia, me atrevo a hacer mención a que Vargas Llosa devela, entre muchos otros, tres signos que representan, significativamente, la carga ideológica que trae consigo el eje temático de “La Ciudad y los Perros”; a saber:

En primer lugar, los “Perros”, vienen a constituir una especie de seres, cargados de una profunda y rígida responsabilidad ética, moral y social que les impide hacer valer sus principales derechos humanos en una institución militar que, lejos de ofrecer un aporte pedagógico que satisfaga las expectativas académico-profesionales y personales que demandan aquellos jovencitos, restringen, de la manera más humillante y arbitraria los ideales de paz, respeto, igualdad y libertad, propios de la naturaleza humana. Y es que no es mera coincidencia o simple gusto estético que, Vargas Llosa emplee en sus producciones narrativas una serie de estrategias simbólicas, mediante signos que implican una relación significativa e interpretativa del contenido informativo respecto a la intencionalidad comunicativa que subyace en la obra literaria y que, además, (en hora buena) se aproxima al ideario del colectivo social, a fin de generar adhesión a la realidad que, de manera majestuosa, deja entrever.

Seguidamente, el segundo signo que se logra apreciar es “El Esclavo”, un joven que deja de llamársele por su nombre natural y se le atribuye dicho calificativo por la manera sumisa cómo asume la crudeza de la vida militar, presentado pues, como una víctima de las situaciones, universalizando al pueblo subyugado, maltratado, vejado y carente de libertades; condenado a saberse preso desde las arbitrarias órdenes de su padre, también militar, quien lo desprende del seno cálido de su madre y lo arroja a un mundo vacío que, constantemente, se deslegitima a propósito de las acciones que se suscitan en la producción narrativa. Asimismo, “El Esclavo” también es un “perro”, doblemente humillado desde su condición humana. A continuación véase el siguiente fragmento que retrata, fidedignamente, dicha humillación a la raza humana:

“El esclavo estaba solo… cuando dos tenazas cogieron sus brazos y una voz murmuró a su oído: "venga con nosotros, perro". Él sonrió y los siguió dócilmente… se sintió golpeado en la espalda. Cayó al suelo… Trató de levantarse, pero no pudo: un pie se había instalado sobre su estómago… lo contemplaban como a un insecto…. Una voz dijo:
- Para empezar, cante cien veces "soy un perro", con ritmo de corrido mexicano…
- No quiere - dijo la voz- El perro no quiere cantar.
Y entonces los rostros abrieron las bocas y escupieron sobre él, no una, sino muchas veces… (pág. 20).

El tercer signo al que haré alusión y que, por último no es menos importante es, el Jaguar; quien constituye, por así decirlo, la antítesis del “Esclavo”, presentado como un joven de carácter fuerte, ágil y valiente, dado el contexto donde se formó, demostrando constantemente, sus ideales de justicia, libertad y respeto ante la clase dominada, no sólo en el Colegio Militar, sino también en toda Latinoamérica, reunida en el “Círculo”, representación social de resistencia y lucha ante la subyugación, humillación y violencia que, diariamente, protagonizaban. Por ello, el Jaguar simboliza al hombre humilde de status social bajo que reacciona de forma violenta contra la injusticia a la cual se someten los estudiantes del Colegio Militar y, aunque no se perfile como un héroe épico, dotado de poderes sobrenaturales, de conducta moral intachable o de sangre azul, configura una especie de héroe anónimo que lucha por defender lo que ha heredado y le pertenece por naturaleza humana: la dignidad, el honor, la libertad y el respeto a sus derechos humanos.

El siguiente fragmente deja ver, en particular, las acciones lideradas por el Jaguar, como héroe defensor de los ideales de las comunidades más vulnerables:

“… ha llegado el momento de la revancha… no sé cómo salió vivo el Jaguar... tiene más vidas que los gatos. Y después qué manera de disimular, todos son formidables cuando se trata de fregar a los tenientes y a los suboficiales, aquí no pasó nada, todos somos amigos, yo no sé una palabra del asunto, y lo mismo los de quinto, hay que ser justos. Después los hicieron salir a los perros, que andaban aturdidos, y luego a los de quinto. Nos quedamos solos en el salón de actos y comenzamos a cantar "ay, ay, ay". "Creo que le hice tragar los dos ladrillos que tanto lo fregaban", decía el Jaguar. Y todos comenzaron a decir: "los de quinto están furiosos, los hemos dejado en ridículo ante los perros, esta noche asaltarán las cuadras de cuarto". (pág. 26).

Lo anterior, obedece al postulado que establece Todorov (1981) respecto a que: “…para construir un personaje el autor dispone de dos medios nombrados directamente sus cualidades, o bien dejando al cuidado del lector el deducir a partir de sus actos y palabras”. (pág. 71). En este sentido, Vargas Llosa erige al Jaguar como un individuo sagaz, dejando al descubierto sus tantas cualidades por medio de las acciones que desarrolla a favor de la causa justa, lo cual se enmarca en el evento comunicativo que éste protagoniza de forma dialógica entre sus compañeros de aventuras, teniendo que: “lo semiótico se inscribe en una teoría del sujeto del lenguaje como sujeto en proceso, pretendiendo captar en él la modalidad de significancia”. Kristeva (1974:43); considerando pues, que el lenguaje es el vehículo portador de una compleja carga semántica-pragmática que regula la dinámica lingüística.

En consecuencia, tal como apunta Acosta (2004), el discurso es una dinámica abierta de relaciones de contextura simbólica, donde la discursividad de dicho acto de comunicación e intención no se limita a la aplicación de estructuras lingüísticas, sino que más bien se prolonga a toda práctica que desemboque en significación. En consecuencia, Berardi (2004), señala que dicha práctica social se establece mediante una relación dialéctica y bidireccional entre los actores de la comunicación, ajustándola al contexto situacional donde se enmarque la misma y atendiendo a las actividades socialmente organizadas a las cuales se adscriban los actores del evento discursivo.

Por otra parte, todos estos paradigmas ideológicos que se construyen sobre la base de las acciones y actitudes que asumen los protagonistas que caracterizan la pieza narrativa “La Ciudad y los Perros”, tienen por génesis la cognición del individuo, quien se configura como tal, de conformidad con las eventualidades que se le presentan a lo largo de su vida. De ahí, la importancia de abordar el análisis literario desde una perspectiva psicológica de los personajes, de tal manera que esa macrovisión oriente al lector, satisfactoriamente, al descubrimiento y conocimiento de la existencia propia, por medio de la conciencia colectiva que se manifiesta en el arte literario con proyección universal.

Así pues, como plantea Lukács: “La configuración queda reducida a la representación típica de las más importantes y características actitudes de los hombres, reducida a aquello que es indispensable para la estructuración dinámica y activa de la colisión, esto es: reducida a aquellos movimientos sociales, morales y psicológicos de los hombres…” (Sociología de la Literatura pág. 175). Ello reivindica el postulado psicoanalítico de la literatura y logra justificar el hecho que la construcción narrativa se sustenta sobre la base de la edificación del ser humano en su máxima expresión, atendiendo las dimensiones más significativas y trascendentes reguladoras del destino socio-histórico de la conciencia: la sociología, la axiología y la psicología.

Tal y como señala Calles (2009): “la literatura es uno de los lugares que el inconsciente encuentra para manifestarse… para transformarse en espacio de autoconocimiento” (pág. 1), donde el productor del discurso literario pueda llegar a descubrir el consciente e inconsciente colectivo del contexto socio-histórico al cual se adscribe, por medio de los personajes que caracterizan su producción. De conformidad con lo antes mencionado, Patricia Leyack (2006) señala que Freud encontró en la literatura verdades articuladas que elevó a categoría de conceptos centrales, sobre la base del estudio del contenido literario y la personalidad del escritor, la cual se inscribe en sus producciones artísticas, considerando que la literatura es la creación del mundo propio y completo, estableciendo una vinculación entre la realidad (opresora) y la fantasía (generadora de satisfacción) que se ponen de manifiesto en la dinámica interactiva que se suscita entre el texto literario, el autor, los personajes y el lector.

Del mismo modo, Jung (1991) plantea una serie de arquetipos o modelos referenciales que reposan en la psique del individuo, los cuales constituyen un principio organizador de lo que se ve o se hace, dejando en evidencia el arquetipo materno, de mujer cuidadora de infantes y jóvenes que se muestran indefensos y demandan la necesidad de protección. La madre es pues, el ícono de mujer que sufre por amor; de hecho, en “La Ciudad y los Perros”, la madre de Ricardo, “El Esclavo”, representa fielmente el retrato de mujer que sufre por amor a su pequeño indefenso, expuesto a la rigidez de la vida militar:

“Su madre no respondió; lo seguía mirando resentida... No tardó mucho: de pronto se llevó las manos al rostro y poco después lloraba dulcemente. Alberto le acarició los cabellos. La madre le preguntó por qué la hacía sufrir. Él juró que la quería sobre todas las cosas y ella lo llamó cínico, hijo de su padre”. (pág. 41)
“Su madre se aproximó y comenzó a acariciarlo”. (La Ciudad y los Perros pág. 46)
Por otra parte, Jung establece el arquetipo de persona como la imagen pública o la máscara que nos ponemos antes de salir a la calle, a fin de generar una buena impresión ante las prescripciones sociales. De conformidad con lo anterior, Brown y Levinson (1978), se apoyan en la incorporación del concepto de “imagen” como estándar de aprobación que el ser humano demanda por parte de los otros, ya que “nuestros estilos de vida señalan que somos seres sociales necesitados de la compañía y la aprobación del otro… Así construimos una imagen de nosotros mismos que nos lleve a la aceptación y la admiración de los demás…” (Reardon 1991). Esta concepción, proviene de la tradición griega puesto que, Aristóteles, manifestaba que “el prestigio reside en ser considerado respetable por todos…”, lo que hace referencia a la autoimagen, como el derecho de cada individuo socialmente organizado de “tener y reclamar para sí una imagen” (Guervós 2005), como “la construcción social de sí mismo” (Goffman 1959).

Esto se evidencia, a propósito de la muerte que se suscitó en el Colegio Militar por parte del Jaguar contra el “soplón” que los delató por el robo del examen de Química. Dicho acontecimiento no debía ser de conocimiento público, ya que, más allá de ser objeto de un atentado contra la humanidad de un individuo, fue visto como un hecho que desvirtuaría el honor y la credibilidad del cuerpo institucional del Colegio Militar “Leoncio Prado” y, con ello, se desplomaría la imagen de los altos militares, como Garrido, quien pretende manipular una realidad existente, imponiendo sus propios intereses políticos y personales evitando el esclarecimiento de los hechos y el desprestigio de la Institución a la cual representaba.

De igual forma, se pone en relieve que las conductas reprimidas por prescripciones sociales establecidas por convención, reposan en la cognición del individuo y, de un momento a otro, éstas pueden manifestarse abiertamente; de ahí, la relación entre los sueños y los deseos dentro de la creación artística literaria, vista como la herramienta de liberación de los propios afectos, donde el goce depende de una ilusión y la estimulación sexual se genera de forma contaminante (Calles 2009:6). A continuación, véase una ilustración de “La Ciudad y los Perros” y cómo se da un tratamiento abierto a los tabúes sexuales, frustrados socialmente, para la época:

“… El sábado fui donde la Pies Dorados y me dijo que le pagaste para que te hiciera la paja.
-¡Bah! - dijo el Jaguar-. Yo te hubiera hecho el favor gratis.
Hubo algunas risas desganadas, corteses.
-La Pies Dorados y Vallano en la cama debe ser una especie de café con leche - dijo Arróspide.
-Y el poeta encima de los dos, un sándwich de negro, un hotdog -agregó el Jaguar”. (pág. 44).

Finalmente, la comprensión de los contenidos informativos que subyacen en la producción discursiva artística literaria, obedece, entre otras cosas, a la habilidad y competencia comunicativa (Hymes) que el lector del texto literario posea, de tal manera que sea capaz de construir su propia cosmovisión del mundo por medio de las representaciones simbólicas de la realidad expuesta por el escritor, quien debe adherirse al patrimonio socio-histórico al cual pertenece y denunciar o celebrar, según sea el caso, los sucesos que de una u otra forma manipulen y pongan en riesgo la calidad humana del grupo social. Allí radica el compromiso socio-critico del productor del discurso literario, que ha sido resguardado y cumplido fielmente por el peruano Vargas Llosa en su pieza vanguardista “La Ciudad y los Perros”, espejo que retrata las profundas desigualdades sociales que aún hoy día amenazan la libertad de Latinoamérica.

Br. Monasterios, María Andreina
Ponencia Inédita presentada en el marco de la celebración de las IV Jornadas de Investigación Linguisticas y Literarias de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador-Instituto Pedagógico de Barquisimeto "Dr. Luis Beltrán Prieto Figueroa".

Junio de 2010